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Bernardo al cuidado de su tío Tomás contagiado con fiebre amarilla

 

 

Realizado el viaje, ya se encontraba nuevamente en Cádiz y pronto a entrar a la casa de su protector, Don Nicolás ya en conocimiento de su presencia y frente a él, exclamó un grito de alegría, ante esta especial sorpresa, dado que ya lo creían hecho prisionero por los ingleses y quizás muerto como resultado final.

 

Lamentablemente esta alegría era muy fingida, tanto Don Nicolás como su esposa, en nada estaban contentos con este nuevo aparecer de Bernardo, que para ellos significaba un problema, sí un grave problema, dado que tendrían que cargar con la responsabilidad, de alojar y alimentar, a este poco acogedor visitante.

 

Desgraciadamente esta estadía de Bernardo en Cádiz, no era la más afortunada que se podía imaginar, había una disimulada indiferencia casi total,  de toda la familia, esta actitud familiar de sus tutores, le colocó en una posición más que bastante incomoda, triste, no era feliz y, menos se podía sentir cómodo.

 

Nadie de esa familia, en ningún momento se sintió preocupado de conocer que había sucedido en el intertanto, de su malogrado viaje de regreso a su país.

 

Todo este comportamiento, que Bernardo ignoraba a que se debía, lo mantenían encerrado en una jaula de sufrimientos, había intentado en varias oportunidades, establecer un diálogo con su tutor y, este le era negado, alegando diversas disculpas.

 

¿A qué se podía deber todo esto, era el  culpable de todo aquello? o, su padre ya no le enviaba el dinero que le era casi normal y, esto era la causa real. Lo único que Bernardo deseaba era poder regresar a su añorado país, cuanto antes.

 

Curiosamente volvía a revivir sus peores momentos de Inglaterra, sin dinero, sin ropa, sin calzado, con sed, con hambre, sólo, abandonado, debía lavar su ropa, la única que tenía puesta, amarrar con cordeles su calzado casi totalmente destrozado, en la mesa, nadie le dirigía la palabra, nadie le pedía determinada opinión sobre cualesquier problema, ni los hijos de Don Nicolás. ¡Qué vida verdad!.

 

Pero, lamentablemente, estos momentos, no serían los últimos que debería sufrir mi joven héroe; por lo tanto, me atreveré a hacerme una pregunta: sin la ocurrencia de tantos malos momentos, sin tener que soportar tantos malos tratos, sin tener que vivir prolongado tiempo sin dinero, haber experimentado tantas veces la sensación de hambre, de sed, tantas veces haber tenido que dormir en el suelo y a la intemperie, haber experimentado la sensación de ser prisionero de la armada inglesa, saber de no tener más ropa que la puesta, saber que si no le coloca cartón a sus zapatos, tendrá que pisar la tierra, saber que….si, saber que… realmente no se me ocurre que, pero si se ocurre, que sin haber experimentado todos estos sufrimientos, con toda seguridad, no habríamos tenido un  Prócer..

 

No me asiste la menor duda, que sin haber conocido todos estos sinsabores e inconvenientes y haber en contrario, vivido en la abundancia de todo orden, no habríamos tenido la especial alegría de tener un Padre de la Patria.

 

Qué precio, que precio, está adquiriendo mi  joven héroe, a costa de todas sus enormes cantidades de sacrificios y, pensar que aún está con vida.

 

Como no lo consideré de importancia, no lo había hecho notar, (estas son las libertades de los historiadores), la existencia de un primo de Don Ambrosio, que estaba radicado en Cádiz y que ya había tomado contacto con Bernardo, este tío, tenía el grado de Capitán del Ejército Español y muy protegido de Don Ambrosio y que además Bernardo, le tenía especial estima y afecto.

 

Este  Capitán Tomás O’Higgins, lo había enviado a buscar con suma urgencia por medio de un criado, al llegar Bernardo al lado de su tío, pudo comprobar que este estaba afectado de un mal muy raro, luego por los cercanos del lugar, pudo conocer que se trataba de un mal muy peligroso, normalmente mortal, que era conocida como FIEBRE AMARILLA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bernardo debió permanecer al lado de su tío, otorgándole los remedios y personales atenciones, para calmar esa incomoda fiebre, sin saber que estaba, con toda seguridad, adquiriendo el correspondiente contagio.

 

La alta fiebre y lo avanzado de aquello, no lo pudo soportar Don Tomás y falleció en brazos de su sobrino, Bernardo quien se  debió preocupar de su entierro y luego regresar al lado de la familia de su tutor.

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