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Dije ¡casualidad!, dije destino, dije el comienzo de algo, el Capitán Don Juan Albulladolid, ya muy amigo de Bernardo, le comunicó que al atardecer, estarían dando entrada a la bahía del puerto de Valparaíso.

 

Regreso, sí regreso, mejor aún, el difícil regreso, pero al final de todo feliz regreso, a su tierra natal, a su tierra que lo vio nacer, a su país, al lugar donde habita su madre y su hermana (solamente conoce la existencia de Rosita).


 De aquí en adelante, ya no tendrá que ocultar, quienes son su madre y quien fue su padre, lo podrá gritar a los cuatro vientos, ya no será el guacho, ya no será el protegido, ya no será el recomendado, si señores, Don Ambrosio O´Higgins fue mi padre, mi padre fue el mejor y más prestigiado Gobernador de Chile, fue el pacificador de la Araucanía, fue quien holló por primera y segunda vez, la cordillera de los andes, marcando una ruta que durara en el tiempo y en el recuerdo, fue quien diseñó y ordeno construir el camino para carretas, desde Santiago hasta Valparaíso y, por el cual me desplazaré, para llegar a los brazos de mi familia querida.


No había lugar a dudas, estaba en Valparaíso, podía divisar las casas en los cerros, sus antiguos edificios, el vendedor de mote mey pelao el mey, el vendedor de pan amasado y su cabalgadura, podía imaginarme al chinganero y su chinchín, al organillero y su mono de la suerte, quería imaginarme tantas cosas, pero todas ellas no tenían cabida en mi mente.

 

Todo tiene su fin, al fin y, ello lo podía asegurar, estaba en mi país, estaba en mi CHILE, estaba donde nací, estaba de donde nunca debí salir, quizás no tanto, no tendría la experiencia que tengo, quizás no habría conocido lo que conocí y que me servirá sin lugar a dudas, no habría conocido al maestro Francisco de Miranda, no habría conocido el significado, porque el corazón late con más fuerza en determinadas ocasiones y, muy especialmente cuando estaba cerca de mi Charlotte. 

 

Larga y muy triste despedida de la tripulación y de mi amigo el Capitán Juan Albulladolid, grandes abrazos y deseos de felicidad y empapados de agradecimientos.

 

Estimado Capitán Don Juan Albulladolid, usted ha tenido la gentileza de avisarme que hoy al atardecer, estaremos anclando en la bahía del puerto de Valparaíso, puerto de mi patria, puerto del país donde nací, hace aproximadamente 24 años y ya tengo perdida la memoria, que desde cuándo, no he vuelto a pisar sus tierras.

 

Viajes al Perú, a España, a Inglaterra y a tantos lugares intermedios, que se agolpan en mi mente y me llenan de tormentos y algunas alegrías.

 

Don Juan, durante este largo viaje de mi regreso, he tenido la muy especial distinción de su amabilidad al invitarme, hacer parte de esta travesía, en su lugar de mando del buque, oportunidad    que he tenido para conversar con usted, escuchar con mucha atención sus experiencia de marino y de sus viajes por distintos mares.

 

Pude observar como hizo la travesía por el Cabo d Hornos, ahí creí que nos hundíamos, que no llegaría a mi destino, ese mar embravecido, no fue obstáculo para su vasta experiencia, allí demostró un temple envidiable.

 

En los momentos de calma, le pude contar mi desilusión al no haber podido ingresar a la Escuela de Navegación de Inglaterra, entusiasmo que me quedó muy marcado por la enseñanza,      que sobre esta materia recibí en el Colegio de Richmond, en la enseñanza sobre navegación, recibí especial distinción por haber sido el mejor alumno, es por ello que podía conversar con usted, con alguna facilidad y con mas que algunos conocimientos básico.

 

Ya que estamos próximos a llegar a puerto, deseo expresarle mis especiales agradecimientos, por su especial deferencia demostrada hacia mi persona, distinción que recordaré durante mucho tiempo.

 

Recordaré con viva emoción la pasada por el dormitorio de las ballenas, oportunidad en que usted manejó con especial pericia, todo ese insospechado momento y muy poco acostumbrado por supuesto, ya que ello fue confesado por usted y la tripulación.

 

Cada palabra suya, fue para mí una verdadera clase distinguida, que la escuchaba y recordaré con mucha emoción, aprendí de usted, la gran capacidad, para manejar los momentos más difíciles, ocurridos durante la navegación, ya sea para maniobrar el buque, como para tranquilizar los momentos difíciles de la moral de los tripulantes.


Gracias una vez más Don Juan, que considerare como mi amigo, estoy cierto que no nos volveremos a encontrar

Bernardo logra encontrar un arriero que carga  en algunos mulares, todo su equipaje, luego de varios días de cabalgar por el camino que había ordenado su padre, logran llegar a Santiago.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Alegre recalada en el puerto de Valparaíso, su Chile querido

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