

Viaje a Londres
Bernardo, al llegar a Londres, decide recurrir a los compatriotas de su padre, los comerciantes irlandeses, para solicitarles apoyo, ayuda económica, cualquier cosa.
Afortunadamente, el grupo de irlandeses, residente en Londres, se hicieron eco de este lamentable acontecer, del hijo de un compatriota, sin exigencia del nombre, dado que estaba, este niño, apoyado por un gran conocido de ellos.
Gracias a estos contactos, logra la posibilidad de alojamiento, gracias a la bondad de un sacerdote peruano, con quien comparte una gran amistad, dado sus potentes conocimientos religiosos y su amplio dominio del latín, el que le fue de gran utilidad, para este joven sacerdote.
Nos ubicamos en un mes, con especiales nevazones, fuertes y penetrantes fríos y, nuestro joven Bernardo, a pesar de todo, mantenía en su intelecto, una gran inquietud, de ser integrante de la marina inglesa.
Quiso el destino, su propio destino, que ello no ocurriera, ese sí habría sido un tremendo golpe mortal para su padre, su hijo integrante de la armada inglesa, fuerte enemiga de España.
Durante todo el día, o parte de él, lo ocupaba asistiendo a la biblioteca de Miranda, lugar donde nuestro amigo venezolano, hacia propicia la oportunidad, para dialogar interesantes temas de independencia, de los pueblos dominados.
Miranda lo sabía muy bien, que en la mente de este muchacho, dada su explosiva voluntad para aprender, existía una muy magnífica oportunidad, para crear un gran conductor o un gran impulsor, de sus ideales libertarios.
Miranda, no perdía oportunidad, para permitir que Bernardo tomara contacto con lo más connotado de la diplomacia, de los países independientes, donde aprendió los más delicados procedimientos, para realizar y mantener a un país en el ambiente de libertad.
Sin embargo, nuestro ya joven Bernardo, no podía permanecer ajeno a la difícil situación general, tanto económica como afectiva. En lo económico lo podía manejar regularmente bien, pero en lo sentimental, tenía un tremendo dolor que lo angustiaba sobremanera, su padre al igual que su adorada madre, lo tenían totalmente abandonado, ni una sola carta de preocupación, bueno de su padre, lo sabía que ello no ocurriría, pero de su madre…..
Lo económico lo podía manejar trabajando de dependiente o a cargo de los aseos de los locales de los comerciantes irlandeses, que si bien es cierto, no era mucho, pero era mucho más de la nada que recibía de parte de su padre, no olvidemos que ignoraba el envío del dinero por el Virrey y, que le permitiría cancelar sus estudios y total estadía.
Pereciera algo raro e incómodo este proceder de Don Ambrosio, pero ello lo explicaré más adelante y, posiblemente quede aclarado, pero para Bernardo ello no ocurría así, porqué su padre había dejado de enviarle dinero y él no tenía conocimiento del porqué de este procedimiento o determinación.
¿Es que realmente estaba totalmente abandonado, es que ya ni tan siquiera a la distancia podría considerar que tenía un padre?
Pero es muy importante señalar, que este tramo del tiempo, fue muy bien aprovechado por Don Francisco de Miranda, quien se decidió tomar, en forma más personal, la instrucción que tenía organizada para la mente de Bernardo. Dado que era un personaje de una muy elevada cultura, se dedicó a dar enseñanza a su pupilo predilecto, en materias tan importantes, para esa época, como fortalecimiento en diversos idiomas, matemáticas, filosofía, historia universal, oratoria, psicología, música, equitación y, tantos otros de sumo interés.
Por la mente de Bernardo, pasaban los peores recuerdos, de sus padres, de su tutor y apoderado en Cádiz, Don Nicolás, que también aparecía como sordo y mudo ante su desastrosa estadía en Londres, lugar donde los extranjeros y, muy especialmente, los provenientes de lugares muy poco conocidos, eran considerados de muy baja clase social.
Las largas y muy largas noches, en su cuarto de albergue, facilitado por su amigo el sacerdote peruano, le costaba más que bastante conciliar el sueño, al lado de los pensamientos de quienes lo mantenían olvidado, se agregaba el frio, el hambre, la angustia de la soledad.
Aquí en este tan avanzado país, debió aprender a remendar su ropa, no había la posibilidad de comprar nuevas, debió aprender a reparar su calzado, debió aprender a vivir en un medio de pobreza oculta, no podía demostrar que estaba pasando en su dolida vida, no podía demostrar a Don Francisco de Miranda, que estaba educando a un muchacho pobre y abandonado, aquello jamás lo demostraría a nadie y, mucho menos ahora que ya pisaba los 21 años de edad.
Bernardo a esta edad, ya tenía bastante claro, lo que estaba pasando con su vida, tenía un padre que no lo tenía, tenía una madre, que también no la tenía, no existía, tenía un tutor y apoderado, que lo conoció tan bien y tan de cerca en la casa de sus padrinos, al hermano de su madrina Doña Bartolina, que no contestaba sus cartas, tenía todo y, lamentablemente no tenía nada y, lo que es peor no tenía nada de nada.
Su tutor y amigo, Don Nicolás, lo tenía totalmente abandonado, sin contestar sus cartas, sin saber que pasaba con los dineros que le enviaba su padre y, lo peor de todo es que se trataba de una persona especialmente adinerada, por los negocios que realizaba con Don Ambrosio.
A pesar de todo esto, se daba la astucia de ocultar muy profundamente a Don Francisco de Miranda, su penoso, amargo y lastimero momento, que estaba soportando.
Sufría con tremenda amargura, la imposibilidad de poder ingresar a la Academia Naval inglesa, sufría la angustia de saber, ser el hijo de tan alta y distinguida autoridad del reino español y ser nada más y nada menos, que el propio Virrey del Perú.
Ya a esta edad podía comprender muy bien, por qué, tenía unos padres, que no podían ser un matrimonio bien constituido, ya sabía muy claramente que no podía contar a nadie, que este Virrey era su padre, dado que si lo hacía, ese padre sería destituido de su puesto y con toda seguridad, ya no podría contar con los dineros que le eran enviados, pero ya también, podía considerar, de que dineros se trataba, ya que nada le era enviado, sin embargo a pesar de todo ello, era fiel a su promesa, que el mismo se había formulado, no revelar jamás esta paternidad.
Ya en la mente de mi niño héroe, se empezaban a tejer diversas ideas, propias de su actual penosa vivencia, propia de las enseñanzas recibidas por su más que distinguido profesor, propias de la edad que ya calzaba, propias de un joven adulto.
Mi niño, perdón mi joven héroe, se sentía como inserto en una jaula, no podía volar, dado que aún faltaba algo, quizás estar en su propio país, quizás frente a otros muchachos, con quien intercambiar ideas, sí de esta ideas libertarias, que aún no las tenía muy claramente establecidas, la faltaba tener la seguridad de tener donde vivir, de tener donde y con qué poder comer, donde y con qué poder vestirse regularmente, le faltaban esas alas para para poder iniciar, ese tan angustiado vuelo, le faltaban aquellas personas que supieran recibir y entregar amor.
Sí, le faltaban aquellas personas; no, le faltaban su padre y su madre, le faltaba aquello que nunca ha podido tener, un hogar una familia, por qué ha tenido que soportar totalmente solo, a diferencia de otros muchachos, que enfermedad tenía, que le impedía tener todo aquello.
Sus últimos momentos de felicidad, aun no los puede olvidar, su estadía en Richmond, el recuerdo de Charlotte, el recuerdo de ese amor que si conocía muy bien, que lo atormentaba, que debó ser interrumpido por el destino cruel, esa felicidad que no podrá jamás olvidar.
Qué raro, se sentía como raro, algo estaba ocurriendo en su mente, en sus pensamientos, en sus recuerdos, recordaba a su mama mapuche Sayen, a su hermano de leche Alongkewün, recordaba a Doña Juanita, amorosa y tierna, recordaba con ternura a sus padrinos, recordaba a Charlotte, sí, a su Charlotte. Y, cosa curiosa recordaba con nostalgia los viajes a caballo con el Teniente y luego Capitán Tirapegui, recordaba con alegría los momentos vividos a campo libre en el fundo de sus padrinos, con su amigo Casimiro hijo de Don Juan Albano.
Qué raro, sí que raro, porque ya vestía pantalones largos, ya todo un personaje que aun podía oler, los recién cumplidos 20 años, veinte años celebrados, perdón, cumplidos en soledad, ¿Quién le dijo?: felicidad hijo, te amo, como tu padre me siento orgulloso de ti?, ¿Quién le dijo?: soy la madre más feliz de la tierra, al tener un hijo que está cumpliendo una edad tan maravillosa y a quien le deseo lo mejor de este mundo.
Invité a unos amigos a mi casa y entre las cosas que estábamos realizando, les hablé de este trabajo, la curiosidad tiene su fuerza especial y tuvimos que sentarnos frente a mi notebook y les fui dando a conocer parte a parte su contenido y, una de mis amigas me pidió un favor, que no pude negar: ¿me puedes permitir que yo le escriba una carta a Bernardo y tú la consideres en tu trabajo?, como me iba a negar a tan estupenda petición, una petición de este tipo no estaba en mi propósito, claro está que después de leerla, accedí a esta petición. Con una sola exigencia: me pidió mi amiga, no dar a conocer su código.













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Sexto viaje